…para caminar de noche

La luz difusa, amarillenta, que se derrama de las farolas de la noche, recorre la ciudad como un riachuelo lento pero indetenible, hace brillar la mirada como si fuera parte de la calle mojada. Siento la brisa que refresca este calor de adentro que no puedo compartir, es cuchillo que me corta el cuello, me abre la garganta, me deja mudo, con unas ganas inmensas de decir; en las largas horas de silencio humano. La noche me promete una sorpresa en cada esquina, pero no me cumple. Busco, sin pensarlo dos veces, los lugares más oscuros para que no puedan verse mis recuerdos, justo los que no me hacen sonreír… pero me hacen murmurar maldiciones con nombre de mujer.

Lejano está el instante de mi último momento de paz, fue una paz artesanal, hecha a mano, una que me invente yo; con retazos de amores viejos y polvorientos, en un momento de ingenua locura que no duró lo que tenía que durar, que se consumió rápido, como vela de cumpleaños a la que no hizo falta soplar para apagarla. Corona para difunto con flores de plástico que el sol destiñe y destruye.

La parada obligatoria me brinda un trago con sabor a soledad añeja, se me queda en el pecho llenando el vacío que dejaron los latidos, quemando ansiedades, acompañándome en el retorno al lugar donde me encierro; para que el día no me sorprenda despierto en la calle, bebiendo aire con olor a tabaco, con sabor a mañana nueva, pero igual a la de ayer, a la de antier, a la del primer día en esta ciudad. Sé que me iré de aquí con mis fantasmas y mis guitarras, en defensa propia, a un lugar que aún no ubico, pero que existe, ¡tiene que existir!

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